OBSESIÓN: LA HISTORIA DE LOS DOS MONJES
Autor foto: Oliver Van S. |
Un día estaban dos monjes budistas con su maestro a la orilla de un arroyo poco profundo practicando la experiencia de la meditación. Según la cultura de estos monjes, mientras meditaban, no podían conversar con otras personas, ni tocar nada que pudiera desconcentrarlos o hacerles salir de la experiencia.
Cuando llevaban media hora meditando apareció una muchacha que se había perdido y no sabía como encontrar su camino en aquel sendero lleno de vegetación exuberante y con muy pocas señales. Cuando la muchacha llegó donde estaban los religiosos, se alegro mucha por la suerte que había tenido de encontrar buenas personas en aquellos recónditos parajes, y preguntó que, si por favor, podían decirle donde se encontraba. Los dos aprendices se miraron con mirada de complicidad y pena, por no poder responder, pero, al final uno de ellos contestó que la forma más fácil de llegar a donde viajaba la muchacha era atravesando el río.
La muchacha replicó que no sabía nadar y le daba miedo cruzarlo y pidió que, por favor le ayudaran a cruzarlo. El monje la cogió en brazos y muy amablemente atravesó el río, con lo cual, la chica llegó a su destino y se sintió muy agradecida. El monje sabio contempló toda la escena y no dijo nada al respecto.
Cuando terminaron de meditar salieron en dirección al monasterio y, durante todo el camino, el hermano que no había ayudado a la muchacha estuvo muy extraño. Llegaron al monasterio y, en lugar de hacer las tareas establecidas, se sentó y descansó. Ante esta actitud, el maestro le dijo. “Llevas toda la mañana comportándote de forma muy extraña, quizás tendremos que hacer alguna acción para recordarte cuáles son tus funciones”.
Ante estas palabras, muy enfadado, el monje contestó: “Mi hermano habló con una desconocida en medio de una meditación, la tocó, atravesó el río y usted no le amonestó, ni le dijo nada al respecto”
El sabio, escuchó, reflexionó y finalmente dijo. “Tu hermano ha ayudado a una persona necesitada, la cogió, le ayudó a cruzar el río y la dejó pero tu las llevas en tu pensamiento desde entonces y aún no la has soltado”.
Este cuento nos enseña como, en ocasiones, el obsesionarnos con las cosas nos hace enfocarnos en las cosas negativas y no tener perspectiva para ver a largo plazo, más allá de aquello que nosotros pensamos o sentimos.
Según un estudio de investigación, cuando nos sentimos en peligro, la circulación sanguínea sufre una drástica variación y en lugar de regar la parte prefrontal del cerebro, que es la que activa la perspectiva y la creatividad, dirige la sangre al sistema linfático para prepararse para huir o luchar. Cuando nos sentimos perseguidos, no podemos pensar porque, por cuestión de supervivencia, nuestro cuerpo está preparado para reaccionar físicamente y el cerebro funciona de manera muy limitada.
Espero hayáis disfrutado con este viejo cuento que nos enseña que cuando nos obsesionamos el cerebro trabaja de una manera diferente y que esta nueva forma de trabajar no nos ayuda a solucionar los posibles conflictos.
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