Al principio de la historia humana el temor se reservó para mostrar los sentimientos hacía los seres divinos, como los espíritus y aquellas cosas que no se podían comprender. Sentían verdadero temor por lo extraño.
En 1757, el filósofo irlandés, Edmund Burke, hizo un estudio en el que decía que había comprobado que los humanos sentíamos asombro por lo sublime y lo bello. La belleza nos hacía asombrarnos, experiencias cotidianas como escuchar música desconocida, oír un trueno, ver patrones de luz y oscuridad nos asombraban y, a su vez, nos producían cierto temor. Ya no eran solo los espíritus o las cosas divinas sino también cosas más cotidianas pero extrañas.
En la actualidad la universidad de Berkeley ha hecho una investigación para constatar cómo se manifiesta el asombro, y a un solo paso, se desarrolla cierto temor a las cosas cotidianas. Cosas como observar tranquilamente el Gran Cañón, tocar la mano de nuestra estrella favorita de rock o mirar el bosque de eucaliptos más altos de América del Norte podían hacernos sentir temor.
Al leer este artículo, parece que la pregunta es, ¿por qué el temor y el asombro están tan cercanos? ¿Por qué dos sentimientos tan dispares van siempre tan unidos? Esta pregunta la podemos abordar desde dos puntos de vista.
El primer punto de vista es la visión a largo plazo, desde la evolución. Si nos fijamos en ello, tenemos que responder que el temor se convirtió en parte del repertorio sentimental de nuestra especie por la necesidad de supervivencia. El temor unía colectivos sociales, aquellos que iban en grupos tenían mayor posibilidad de salvarse de un posible ataque de animales salvajes que aquellos que iban solos.
Pero, podemos tratar esta pregunta desde otro punto de vista, desde el momento presente. Actualmente está demostrado que las experiencias de asombro estimulan la conexión, la curiosidad y la creatividad. La investigadora Michele Shiota, de la universidad de Berkeley, demostró que las personas que se encontraban en un museo o rodeados de vegetación eran bastante más creativas y sociales que las que se encontraban en su casa y sin compañía. Para hacer este estudio, colaboraron varios estudiantes que se dividieron en dos grupos. A ambos grupos se le dio una hoja en blanco para que completaran una frase. El grupo se situó en dos entornos distintos. La frase empezaba diciendo "Yo soy..." Los participantes tenían que terminar de escribirla. El estudio demostró que aquellos que estaban en museos, acompañados por más gente o rodeados de naturaleza escribieron frases como: "un ser social, miembro de una sociedad, parte del mundo..." o algo que implicaba creatividad, conexión y bondad. Sin embargo, los que estaban solos pusieron frases más individualistas y mundanas. El estudió concluyó con que las personas que se encontraban rodeadas de algo bello, sublime y extraordinario eran más creativas y sociales.