Hace unos días fui ,con el Centro Excursionista de Valencia, a visitar el fresnal de Buñol. Disfruté mucho de la visita porque además de aprender muchas cosas nuevas, las explicaciones de Jose Manuel me recordaron algunas vivencias de mi niñez y me transportaron a aquella época.
Aquel día Jose Manuel nos explicaba en la umbría todos los beneficios y propiedades del fresno, que eran muchas, tantas que ni me acuerdo, pero, lo que si se me quedó grabado es la historia que os quiero contar hoy, una historia de mi niñez. Cuando era pequeña, mi iaia Rosario se empeñaba en que aprendiera a hacer aguja de gancho. Ella intentaba enseñarme, pero por aquel entonces, yo no tenía mucho interés y lo hacía con cierta desgana. Mi iaia, que estaba ciega, cada cierto tiempo, me cogía las labores, las tocaba con mucho cariño y comenzaba a deshacerla porque había detectado lo que ella llamaba "una mentira", que no era otra cosa que un punto diferente al resto de la labor. Aquí empezó mi camino particular de tolerancia al error, cuando ella lo deshacía, yo veía que me quedaba mucho camino para terminar y me desesperaba, pero después de deshacerlo muchas veces, logré calmarme y verlo con una manera de desarrollar la virtud de la paciencia. He de añadir que cada vez que lo deshacía decía "Fer i desfer, la faena del matalafer".
Os cuento que mi abuela era una excelente narradora, siempre conseguía el cambio, la inspiración y la acción. Con la intención de que yo olvidara que ella estaba deshaciendo el trabajo de media tarde empezaba a contarme cosas. Aquella tarde me contaba que antiguamente y hasta los años 60, en que aparecieron los colchones de materiales sintéticos, hubo una profesión muy apreciada que se llamaba "el matalafer" o el colchonero en castellano.
En la época de mi iaia los colchones eran de lana, y debido a su continuo uso la lana se apelmazaba formando nudos que molestaban en la espalda. Generalmente dos veces al año venia el matalafer, descosía el colchón, extendía la lana en un trozo de tela en el suelo y con dos varas largas vareaba la lana hasta deshacer los nudos y dejarla lisa, suave, esponjosa y lista para dormir como los ángeles.
El matalafer acudía allí donde lo llamaban con unas herramientas muy simples y fáciles de transportar, además de las agujas, tijeras, carboncillos de marcar y los demás útiles de costura llevaba dos palos de fresno de metro y medio, encorvadas en ángulo recto por el extremo más delgado. Las varas eran de fresno porque era necesario que no tuvieran nudos ni asperezas donde se pudiera enganchar la lana. Hubo una época que la tala del fresno estuvo protegida porque eran tantos los matalafers que el árbol empezaba a escasear. Actualmente muchas zonas de Valencia se están repoblando con este árbol mágico, por ejemplo, la Avenida de Francia.
Pues bien, aquí queda reflejado, esta era la faena del colchonero, hacer y deshacer, como yo con mi labor. Quizás os preguntéis por qué me vino a la cabeza esta historia mientras Jose Manuel contaba las propiedades del fresno. La respuesta es que el fresno me parece un árbol imponente, de corteza gris pálida, liso y sin nudos, es capaz de resistir grandes fríos y soporta muy bien la humedad, por eso se encuentra casi siempre en la umbría. Es muy usado en cestería, también se usa como leña ya que arde muy bien, tanto seco como húmedo, se usa también como forraje para el ganado y dicen que aleja los rayos en caso de tormenta. Su madera es muy apreciada para hacer remos y es un árbol muy adorado por los celtas ya que le atribuían propiedades mágicas. Dicen que si ves un Roble un Fresno y un espino cerca siempre habrá un hada. No sé que más contaros pero para mí es un árbol mágico, resistente, imponente y protagonista de muchas leyendas finlandesas.
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