
Vamos a hacer un esfuerzo imaginario y vamos a remontarnos a la época romana. En esta época los cipreses eran un elemento de la arquitectura, era un elemento comunicador, como los carteles ahora, y lo plantaban con la intención de que fueran señales claras y seguras para los viajeros que recorrían sus senderos. Así, si un viajero romano encontraba un sólo ciprés en medio del camino, era un símbolo claro y evidente de que en ese lugar podía abastecerse de agua fresca y limpia. Asimismo, si encontraba dos cipreses, el viajero podía asegurarse de que esa noche saborearía un buen manjar en algún lugar acogedor.
También se usaban como símbolo de reconocimiento social, de modo que si antes de una casa había un sendero formado por dos filas de cipreses aquella casa era de una persona socialmente reconocida y de gran valía personal. Paralelamente, en las grandes avenidas se plantaban dos filas de cipreses para dar la bienvenida al viajero o a las tropas victoriosas cuando regresaban de sus batallas.
Posteriormente, a alguien se le ocurrió plantarlo en las vallas de los cementerios como símbolo de bienvenido a la vida eterna, fue un mimetismo, fue una copia de la bienvenida romana pero para los difuntos.
Lo cierto es que es un árbol verde, muy longevo y cuyas raíces no se expanden hacía los laterales, sino que más bien van hacía abajo por lo que no tienen peligro de destrozar nada a su alrededor. Su madera es tan resistente que se dice que el Arca de Noé se hizo de madera de ciprés y son tan verdes que siempre dan un toque y un olor de distinción.
En resumen, fijaros como se ha deformado la realidad, originariamente los cipreses eran símbolo de bienvenida y para muchos de nosotros son árboles tristes que representan el duelo y el dolor.
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